martes, 12 de julio de 2011

Entonces

Y entonces encontré la llave que abría todas las puertas, tus puertas, y que me ayudaría a seguir sobreviviendo. No entendía por qué ni cómo estaba allá pero acá me esperaba algo dulce, muy dulce, entonces decidí seguir.
Uno no se da cuenta cuántas puertas hay en Buenos Aires, solamente en Buenos Aires, pero me voy a dar el beneficio de la duda, de la inminente duda que nos agobia día a día y día a noche y no comprendemos cómo pasó. Entonces, decía, uno no sabe cuántas puertas hay acá pero se imagina que millones. Y si uno se imagina, entonces es verdad. Caminé demasiados kilómetros para recordarlo y abrí demasiadas puertas para atreverme a decirlo pero lo único que diré es que es increíble lo que uno puede encontrar detrás de las puertas.
Yo no sabía qué puerta estaba buscando, podía ser la puerta de una alacena o la puerta principal de una casa. Así que abrí todas. Y a medida que iba abriendo iba conociendo y tachando, tachando y conociendo. Un millón cuatrocientos mil millones puerta número cinco mil del edificio ciento noventa y dos, así lo hacía yo.
Me dieron un indicio, "Nicolás algo dulce, muy dulce te espera detrás de la puerta" me habían dicho. Yo tenía la llave, nunca me había detenido a observar la llave, la gran llave que abría todas las puertas. Tenía algo como un código, ¿un código postal? No, era muy largo. Y entonces, entendí.
La llave tenía la exacta ubicación de la puerta, de mi puerta, que abriría con la gran llave. Corrí al encuentro y abrí todas las puertas del lugar, hasta que me quedó una sin abrir. La puerta de la alacena. Con miedo, con un extenso miedo que conquistaba todo mi cuerpo, puse la llave en el cerrojo y giré: una, dos veces. Click. Y entonces, luego de unos segundos de duda, abrí la puerta. Lo que había dentro de esa alacena no era lo que esperaba encontrarme.
"Uff, tardaste eh. Y me dijeron que ibas a tardar menos de un día, bueno, aunque sea lograste eso pero pensé que te ibas a dar cuenta más rápido. Ya me estaba por ahogar acá adentro."
"¿Vos sos lo dulce, muy dulce?"
Detrás de la puerta, dentro de la alacena, se encontraba una jóven colorada, con el pelo kilómetrico y un vestido azul. La cual me estaba sonriendo, mirándome con ternura, casi como una madre mira a un hijo cuando trata de explicarle por primera vez por qué el cielo no es violeta.
"Yo me llamo Dulce, y evidentemente te estaba esperando. ¿Vamos?"
"Vamos".

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