miércoles, 5 de octubre de 2011

el vestido floreado

La fidelidad se gana, te dije. Pero vos corrías y a oídos sordos nunca me escuchabas. Es imperfecto todo final, pero la clave no es torcer el destino sino rendirse ante él.
Siempre te gustaron los zapatos altos, pero te declarabas muy alta para usarlos y yo muy petiso para soportarlos. Siempre te dije que no me molestaba mirarte desde abajo. Pero vos corrías y a oídos sordos nunca me escuchabas. Eras, sos, terca por inercia. Nunca lo vas a admitir, pero te gusta llevar la contra. Tal vez le comentaste algo de eso a tu psicóloga, el placer que te da ser un poco rara, diferente a tus salidas de fábrica amigas. Pero eso no viene al caso. Tampoco tus zapatos sin taco, o tu obsesión con los vestidos. Cuanto más viejos mejor.
El día en que te conocí estabas usando un vestido floreado que era de tu mamá, todo abotonado y con un lazo en la cintura. Estabas en el centro, buscando unos zapatos que querías desde hace meses. Nunca los conseguiste, los que encontrabas te parecían muy berretas y los otros eran muy caros. Pero me encontraste a mi. Un poco berreta te salí, ¿no?
Tenías algunas manías, no sabría decirte si eran pocas o muchas, pero estaban presentes. Como, por ejemplo, acomodar la toalla de cierta forma; o dormir con la ventana un poquitito abierta incluso en invierno, "un día de estos nos vamos a morir si no ventilamos más la casa, Guillermo". Las otras se suavizaron con el tiempo. Odiabas parecerte a tu mamá, pero te era inevitable hablarle a gente desconocida en los consultorios o en la fila del supermercado. Me causaba gracia, casi ternura, escucharte recordar cómo lo hacía ella sin admitir que vos también lo hacías. Terca.
Todavía me acuerdo de nuestro primer diálogo, yo te vi chusmeando zapatos en un local y te seguí hasta que entraste en una librería.
- Disculpame, ¿me vas a seguir mucho más tiempo? Mirá que tengo que ir a depilarme, si me querés acompañar...- me dijiste ojeando una edición de Rayuela.
Me sonrojé, pero te sonreí igual.
- Capítulo 7.
- ¿Qué?
- Leelo. Si te comprás Rayuela acordate de mí cada vez que leas el capítulo 7.
Dudaste unos segundos, pero te vi escribiendo algo en un pedacito de papel.
- Ludmila Inés, ese es mi nombre.
- Nunca te pregunté tu nombre.
- Pero querías hacerlo.
Me dejaste el pedacito de papel en el bolsillo del saco y te fuiste sin mirar atrás.

Tal vez lo inesperado de nuestro encuentro, o la pasión de los esperados, hizo que todo se acortara. Pero todavía me acuerdo de vos tirando platos contra la pared. Siempre quisiste ser actriz.
Pero el tiempo pasa rápido, las problemáticas no, pero el tiempo sí. No sé cómo fue que volvimos a hablarnos. Pero vos me querías ver. O tal vez yo te insistí.

Era primavera. Me acuerdo de cuando te quejabas de ella, a vos te gustaba el invierno. "A ver si entendés, la primavera es indecisa. Hace frío, hace calor, hace frío, hace calor calor calor. Me pone nerviosa", todo te ponía nerviosa.
Odio esta plaza en la que quisiste que nos encontráramos, en realidad no la odio, es que me hace acordar a vos. Nunca pude volver, nunca me animé a volver.
- ¿Guillermo?
Estabas igual que siempre, está bien que pasaron cinco años nada más pero la gente cambia rápido. El físico cambia rápido, la esencia no cambia.
Te sonreí. Me abrazaste.
- Te dejaste crecer el pelo.
- Pero me recorté la barba.
- Te hace más pendejo.
- Tampoco tengo cuarenta años.
- Tampoco estás tan lejos.
- Sos conchudita, eh.
Siempre me gusto conversar con vos, y esta vez no fue la excepción. Fue como andar en bici después de estar años sin andar, uno nunca se olvida de cómo hacerlo.

- Capítulo 7.
Dudé sobre qué te referías.
- ¿Qué?
- Me dijiste que cada vez que lea el Capítulo 7 de Rayuela me acuerde de vos. ¿Sabes cuántas veces releí Rayuela? Nada más dos o tres veces. Pero cada vez que lo encuentro no puedo evitar leer el Capítulo 7. Nada más ese capítulo, tal vez para acordarme de vos. O tal vez para naturalizar un poco más el capítulo, pero no puedo.
Te sonreí.
- Tucumán 1984. Te pasé a buscar por ahí la primera vez que salimos, todavía vivías con tus viejos.
- Sos un chanta, me decías que te acordabas por el libro.
- ¿Cómo no me voy a acordar de la dirección exacta de tu casa si casi me muero escapándome de tu viejo?
- Ay, ¿te acordás?

Tal vez toda esta historia estuvo programada así, con una pausa. Extrañarte un poco hace que te quiera un poco más, sobrevivir solo hace que la intemperie no sea tan dura.
O tal vez debería dejar de crear hipótesis sobre lo que no fue y por qué no lo fue y tratar de vivirte.

- Che, ¿todavía tenés el vestido floreado?

No hay comentarios:

Publicar un comentario