caminar (Buenos Aires)

En el segundo banco de una plaza en pleno centro hay dos personas. Abrazadas. Cerca. Besándose. Yo los miro. Los miro al pasar, casi de reojo y me pregunto: ¿cómo llegaron hasta ahí?. Digo, debe haber una explicación. Tal vez se conocían del colegio, o de la universidad, o del barrio o, simplemente, se conocían. Tal vez nunca hablaron o tal vez hablaron mucho. Tal vez planean o tal vez no.

Sigo caminando.

En la esquina de Callao y Corrientes hay alguien esperando a otro alguien. O eso es lo que parece. Porque ella está inquieta, ella está nerviosa, a ella... sí, a ella le duele la panza. Pero yo desde adentro del café no veo a nadie que la pase a buscar. Pasan diez, quince, veinte minutos. Pasa media hora. Pasa una hora. Y no viene nadie. 

Me levanto de la mesa del café y me voy.

Hay una pareja que sale de la boca del subte de la línea A discutiendo. Que por qué siempre ella tiene que meterse en todo, que él no se olvide de lo que hizo, que ella está muy dolida, que él está tratando de arreglar las cosas, que ella también. Y se abrazan con beso incluído. Pero es un beso seco, de esos que ya no tienen ni valor ni sentimiento. Como un chicle sin gusto. El abrazo es frío. Y ella, que mira para donde estoy yo, tiene los ojos vacíos. Piensa en otra cosa. Los ojos tristes.

Pobre. Le sonrío y sigo caminando.

La Avenida de Mayo se ve tan vacía si no es 24 de Marzo. Y es triste. En realidad no se ve vacía, porque está llena de autos y de ruidos, se ve triste. Se ve normal, rutinaria, aburrida. Lo particular es que se vea tan viva un día como el 24 de Marzo. 

La camino hasta la 9 de Julio.

Me encuentro ahí esperando algo, cualquier cosa. Algo mínimo. Algo mágico. Algo.

Tengo ganas de llorar. Buenos Aires se ve tan vacía de noche. Tan fría. Tan egocéntrica. A ella no le importa lo que te pasa, ella está ahí para que todos quieran tenerla. 

Tengo ganas de que me abracen. Pero no quiero dar lástima.

Sigo caminando. En algún momento voy a llegar a algún lugar, ¿no?