viernes, 11 de mayo de 2012

(un beso en) el fin del mundo

Se cae todo a pedazos, la calle se parte a la mitad, sale humo de la tierra. Es el fin del mundo que tanto predijo aquel loquito de la plaza, todo eso que dijeron los mayas. Es el fin del mundo y toda la gente está en la calle, suenan constantemente las alarmas de los negocios, los policias tiran a matar. A mansalva. Llueve todo lo que no llovió en miles de años de existencia. Sin embargo, yo me acuerdo de vos. Acá en casa siento miedo de salir pero necesito cumplir la promesa. Le doy un beso a mis viejos y a mi hermano, incluso abrazo a mi perra y me voy para donde sea que estés vos.
No recuerdo cómo llegué ni cómo supe que estarías ahí, pero acá estamos. Vos en la vereda de enfrente mirándome y yo devolviéndote la mirada. No hace falta que nos gritemos para vernos, no hace falta un hola, ni un apretón de manos ni esperar a que el semáforo esté en rojo. No, ésta vez todo eso no importa. Corrés hacia mi, siempre soy yo la que te corre pero hoy no. Tal vez sea el fin del mundo, o la necesidad. Ni un hola, ni un cómo supiste. Simplemente un beso. Un beso que llenó de aire mis pulmones, un beso que hizo que me pegue más a tu cuerpo si es que eso era posible, un beso de esos que vienen acompañados de desesperación y pasión, y manos abrazando y desgarrando el uno al otro. Y sabíamos, sabíamos que hoy iba a suceder. Al lado de un árbol o tal vez en unas escaleras, donde nadie y todos nos veían te nombré mío. No era sólo sexo residual o las ganas acumuladas, era todo. Ahí donde seguramente ella apoyaba su cabeza cuando dormían juntos arañé con ganas, mordí cuellos hasta sentir yo el dolor, besé tu boca hasta quedar pegada a ella. Fuiste mío. Y el placer de saberme tuya. Y las explosiones de la calle y tu cara al saber que esto era el fin, el verdadero fin. Y tu mirada sincera diciéndome la verdad absoluta. La acepté, acepté tu verdad y vos aceptaste la mía. Porque es así, porque somos un convenio gigante de estupideces que se hirieron hasta llorar en camas ajenas pero ese día no, ese día fuimos el amor irracional personificado.
"Te amo", suspiré, "hoy sí puedo amarte, hoy no me duele hacerlo" Creo que me dijiste que hoy no estaba mal hacerlo. Y era verdad.
Cuando las alarmas dejaron de sonar y las luces se apaciguaron pude vernos realmente. Pude vernos desnudos entre la multitud, amándonos sin mentiras por primera vez, sin necesidad de decirnos nada. Y fue entonces cuando supe que este no era el fin del mundo, sino solamente el principio.

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