jueves, 27 de enero de 2011

Describo inseguridades indescriptibles.

Mi inseguridad a la hora de decírtelo condena todo paño bicolor,
las hojas no son tan tristes al caer pues saben su destino. El árbol es árbol siempre y, si no es árbol, es madera.
Mi inseguridad del verbo conjugado, todo adjetivo apropiado de mi poca posesión, mi inseguridad del verso y atravieso un mar conjugándolo.
Mi inseguridad de mimbre, deriva en canastas eternas para compartir con vos. Integradas integran lo eterno. Exponencial.
Mi inseguridad en números se mide casi exponencialmente, siempre asciende y no desciende con cada cosa que me entero de vos.
Mi inseguridad-destino, un supermercado divino, comprando en tu feria de locos colores mi triste amor.
Mi inseguridad en verso, que no llega a ser texto. Mi prosa poética pésima al estrenar cada nuevo amor.
Mi inseguridad a la hora de sentir cada condena que constantemente se renueva, cada juez con su problema y mis mil y un abogados intentándolo. Y no es miedo a sentir lo que siento, es miedo a lo que viene después, a lo que se advierte desde antes. Mi corazón constantemente roto y en terapia intensiva. Mi corazón, por favor, otra condena no.
Mi inseguridad es todo tu nombre, todas tus vocales y consonantes formando las sílabas de tu nombre y apellido. No quiero ser muy obvia, no quiero más describir.
Mi inseguridad escondida en grandes continentes del tamaño de una moneda, revive al ver cómo me siento hoy.
Mi inseguridad es una figura interminable, tan larga como éste poema y tan corta como el no-amor.
Mi inseguridad nunca tendrá cura, es mi enfermedad más pura y el único remedio soy yo.
Mi inseguridad se resuelve confiando, confiando en mi por primera vez en todos mis años y, si muy bien lo sé, el hacerlo es distinto.
Mi inseguridad se funde con tu pasado, y mirá que todo esto ha sido extraño, pero no quiero olvidármelo.
No puedo pelear contra toda la armada inglesa, mi inseguridad perdería más rápido que Malvinas, pero tal vez ganemos si los que luchan son dos. Hoy ayudame vos.

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